Notas de Elena G. de White
para las lecciones de la Escuela Sabática
2025
Cuarto Trimestre
"Lecciones de Josué acerca de la fe"
NOTAS DE ELENA G. DE WHITE
para las lecciones de Escuela Sabática
Lección 6
El enemigo interno
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Lección 6
El enemigo interno
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El enemigo interno
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Lección 5
Dios pelea por ustedes
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Dios pelea por ustedes
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Dios pelea por ustedes
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Dios pelea por ustedes
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Dios pelea por ustedes
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Dios pelea por ustedes
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Lección 4
El conflicto detrás de todos los conflictos
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El conflicto detrás de todos los conflictos
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El conflicto detrás de todos los conflictos
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El conflicto detrás de todos los conflictos
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El conflicto detrás de todos los conflictos
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El conflicto detrás de todos los conflictos
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El conflicto detrás de todos los conflictos
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Lección 3
Monumentos de gracia
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Lección 3
Monumentos de gracia
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Monumentos de gracia
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Monumentos de gracia
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Lección 2
Sorprendidos por la gracia
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Sorprendidos por la gracia
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Sorprendidos por la gracia
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Lección 1
La fórmula del éxito
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Lección 1
La fórmula del éxito
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La fórmula del éxito
Sábado de tarde, 27 de septiembre
Notas de Elena de White
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Martes, 26 de agosto: El plan original de Dios
Ahora bien, mientras señalamos al pecador a Jesucristo como el que quita el pecado, debemos explicarle lo que es el pecado y mostrarle la necesidad de ser salvo de sus pecados, no en su pecado. Hay que hacerle sentir que debe dejar de transgredir la ley de Dios, que es dejar de pecar. Pablo hace la pregunta muchos años después de la muerte de Cristo: "¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás". Pablo exalta así la ley moral. Cuando esta ley se practica en la vida cotidiana, se descubre que es la sabiduría de Dios. Sirve para detectar el pecado. Descubre los defectos del carácter moral, y a la luz de la ley el pecado se vuelve excesivamente pecaminoso, revelando su verdadero carácter en toda su repugnancia.
La ley de Dios dada en el Sinaí es una copia de la mente y la voluntad del Dios infinito. Los santos ángeles la reverencian como sagrada. Sus requisitos perfeccionarán el carácter cristiano y restaurarán al hombre, mediante Cristo, a la condición en que se encontraba antes de la caída.
Los pecados prohibidos por la ley, nunca podrán encontrar lugar en el cielo. Fue el amor de Dios al hombre lo que lo indujo a expresar su voluntad en los diez preceptos del Decálogo. Y cuando, a causa del pecado, se oscureció el entendimiento del hombre, Dios descendió sobre el monte Sinaí, pronunció su ley con voz audible y la escribió en tablas de piedra. Después manifestó su amor al hombre enviando profetas y maestros para que declarasen su ley.
Dios le ha dado al hombre en su ley una regla completa para la vida. Si obedece, vivirá por ello, mediante los méritos de Cristo. Si la transgrede, tiene poder para condenar. La ley envía a los hombres a Cristo, y Cristo les señala la ley (The Review and Herald, 27 de septiembre, 1881, párr. 16-19; parcialmente en Nuestra elevada vocación, p. 140).
Los cananeos habían colmado la medida de su iniquidad, y el Señor ya no podía tolerarlos. Ahora que les había retirado su protección, iban a resultar una presa fácil. El pacto de Dios había prometido la tierra a Israel. Pero el falso informe de los espías infieles fue aceptado, y todo el pueblo fue engañado por él. Los traidores habían realizado su obra. Aun cuando solo dos hombres hubiesen dado malas noticias y los otros diez lo hubiesen animado a poseer la tierra en el nombre del Señor, el pueblo, por su perversa incredulidad, habría seguido el consejo de los dos en preferencia al de los diez. Pero eran solo dos los que abogaban por lo justo, mientras que diez estaban de parte de la rebelión (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 410, 411).
Notas de Elena de White
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Notas de Elena de White
Miércoles, 20 de agosto: Diferentes funciones de la Ley de Dios
El Señor Jesús vino a nuestro mundo para representar el carácter de su Padre. Vino para cumplir la ley, y sus palabras y su carácter eran diariamente una exposición correcta de la ley de Dios. Su propio ejemplo personal testificó al mundo, a los ángeles y a los hombres que él guardaba la ley de Dios, y era un modelo y un patrón para la humanidad. "En él estaba la vida; y la vida era la luz de los hombres". Jesús fue una manifestación viviente de lo que era la ley, y reveló en su carácter personal el verdadero significado de la misma, y mostró que era el único remedio para los males existentes, cuando fue despojada de la escoria de las tradiciones y máximas de los hombres. Tal como era expuesta por los escribas y fariseos era engañosa, porque tergiversaba y pervertía el carácter de los que recibían las tradiciones y los mandamientos de los hombres.
El Señor Jesús dio a los hombres una representación del carácter de Dios en su vida y en su ejemplo. La ley de Dios es la transcripción de su carácter. Y en Cristo se ejemplificaron sus preceptos, y el ejemplo fue mucho más eficaz de lo que había sido el precepto. Cristo fundó su reino sobre La ley de Dios, y los que seguían a Cristo e imitaban su vida y su carácter, eran declarados leales y fieles a todos los mandamientos de Dios. Jesús fue una ilustración viviente del cumplimiento de la ley, pero el cumplirla no significó su abolición y aniquilación. Al cumplir la ley, llevó a cabo cada especificación de sus exigencias (The Signs of the Times, 14 de marzo, 1895, párr. 8, 9).
El plan de la redención es perfecto en todos sus aspectos. Al salvar al pecador del justo castigo de la Ley, no disminuye las exigencias de la ley de Dios ni en una jota ni en una tilde. Mediante la provisión de la muerte del Hijo unigénito de Dios en favor de los pecadores, se demuestra la inmutabilidad de la ley de Dios para el tiempo y la eternidad. La justicia honra la ley de Dios al proporcionar un sustituto para el transgresor; porque Cristo dio su propia vida como rescate para que Dios pudiera ser justo y, sin embargo, ser el justificador del que cree en Jesús. La obra de salvar a los perdidos por los méritos de Cristo engrandece la ley y armoniza con toda perfección de Jehová. En el plan de salvación se tributa el más alto honor a la ley del gobierno celestial y, sin embargo, gratuitamente se dispensa misericordia a los hijos caídos de Adán. Cada alma creyente, en colaboración con el Gran Restaurador, es bendecida con la gracia celestial y dotada de los más ricos tesoros de la gloria de Dios. La imaginación no puede visualizar nada más glorioso que lo que se alcanza mediante el plan de la redención. Bien podemos exclamar: "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!" (The Signs of the Times, 2 de enero, 1896, párr. 3).
Notas de Elena de White
Martes, 19 de agosto: El don del Decálogo
"El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante. Y descendió Jehová sobre el monte Sinaí, sobre la cumbre del monte; y llamó Jehová a Moisés sobre la cumbre del monte, y Moisés subió. Y Jehová dijo a Moisés: Desciende, ordena al pueblo que no traspase los límites para ver a Jehová, porque caerá multitud de ellos. Y también que se santifiquen los sacerdotes que se acerquen a Jehová, para que Jehová no haga en ellos estragos".
De ese modo entonces el Señor promulgó su ley en medio de una terrible majestad desde la cima del Sinaí, para que su pueblo creyera. Acompañó la promulgación de la ley con una sublime exhibición de su autoridad, para que supieran que es el único Dios verdadero y viviente. No se permitió que Moisés entrara en la nube de gloria, sino que se acercara y penetrara en las espesas tinieblas que lo rodeaban. Y estuvo de pie entre el pueblo y el Señor...
Después que el Señor hubo dado todas esas evidencias de su poder, les dijo quién era: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre". El mismo Dios que manifestó su poder entre los egipcios, dio entonces su ley (La historia de la redención, pp. 142, 143).
La ley no se proclamó en esa ocasión para beneficio exclusivo de los hebreos. Dios los honró haciéndolos guardianes y custodios de su ley; pero habían de tenerla como un santo legado para todo el mundo. Los preceptos del Decálogo se adaptan a toda la humanidad, y se dieron para la instrucción y el gobierno de todos. Son diez preceptos, breves, abarcantes, y autorizados, que incluyen los deberes del hombre hacia Dios y hacia sus semejantes; y todos se basan en el gran principio fundamental del amor. "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo". Lucas 10:27; véase también Deuteronomio 6:4, 5; Levítico 19:18. En los diez mandamientos estos principios se expresan en detalle, y se presentan en forma aplicable a la condición y circunstancias del hombre (Historia de los patriarcas y profetas, p. 312).
Los grandes principios enunciados en la ley de Dios nos imponen el deber de amar a Dios por encima de todo y al prójimo como a nosotros mismos. Los que aman a Dios guardarán los cuatro primeros preceptos del Decálogo, que definen el deber del hombre para con su Creador. Pero al poner en práctica este principio mediante la gracia de Cristo, expresaremos en nuestro carácter los atributos divinos, y manifestaremos el amor de Dios en todo nuestro trato con nuestros semejantes. "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". [Juan 3: 16.] Dios dio su mejor don al mundo, y quien tenga los atributos de Dios amará a sus semejantes con el mismo amor con que Dios lo ha amado a él. El Espíritu de Dios morando en el corazón se manifestará en amor a los demás (Review and Herald, 18 de diciembre 1894, "Nuestro deber para con los pobres y afligidos", párr 3).
Notas de Elena de White
Lunes, 18 de agosto: La preparación para recibir el don
El Señor dio a Moisés directivas definidas a fin de que el pueblo se preparara para que él pudiera acercarse a ellos, y para que pudieran oír su voz anunciada, no por ángeles, sino por Dios mismo. "Y Jehová dijo a Moisés: Ve al pueblo y santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos, y estén preparados para el día tercero, porque el tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí".
Se pidió a la gente que se abstuviera de labores y cuidados mundanos, y que se dedicara a meditaciones devocionales. También les pidió que lavaran sus vestiduras. No es menos exigente ahora que en aquel entonces. Es un Dios de orden, y requiere de su pueblo sobre la tierra que practique hábitos de estricta limpieza. Los que adoran al Señor con ropas sucias y sin bañarse, no comparecen delante de él de una manera aceptable. No se complace con su falta de reverencia, y no aceptará el culto de adoradores sucios, porque de ese modo insultan a su Hacedor. El Creador de los cielos y de la tierra considera de tanta importancia la limpieza que dijo: "Y laven sus vestidos".
"Y señalarás términos al pueblo en derredor, diciendo: Guardaos, no subáis al monte, ni toquéis sus límites; cualquiera que tocare el monte, de seguro morirá. No lo tocará mano, porque será apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá. Cuando suene largamente la bocina, subirán al monte". Este mandamiento tenía como propósito impresionar la mente de ese pueblo rebelde con una profunda veneración por Dios, autor de todas sus leyes y la autoridad de la cual ellas emanaban...
"Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento". La hueste angélica que acompañaba a la divina majestad llamó al pueblo mediante un sonido semejante al de una trompeta, que aumentó en intensidad hasta que toda la tierra tembló.
"Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera". La majestad divina descendió en una nube con un glorioso cortejo de ángeles que parecían llamas de fuego (La historia de la redención, pp. 141, 142).
Notas de Elena de White
Domingo, 17 de agosto: En el monte Sinaí
Se hicieron los preparativos conforme al mandato; y obedeciendo otra orden posterior, Moisés mandó colocar una barrera alrededor del monte, para que ni las personas ni las bestias entraran al sagrado recinto. Quien se atreviera siquiera a tocarlo, moriría instantáneamente.
A la mañana del tercer día, cuando los ojos de todo el pueblo estaban vueltos hacia el monte, la cúspide se cubrió de una espesa nube, que se fue tornando más negra y más densa, y descendió hasta que toda la montaña quedó envuelta en tinieblas y en pavoroso misterio. Entonces se escuchó un sonido como de trompeta, que llamaba al pueblo a encontrarse con Dios; y Moisés los condujo hasta el pie del monte. De la espesa obscuridad surgían vívidos relámpagos, mientras el fragor de los truenos retumbaba en las alturas circundantes. "Y todo el monte de Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego: y el humo de él subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremeció en gran manera". "Y el parecer de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte", ante los ojos de la multitud allí congregada. "Y el sonido de la bocina iba esforzándose en extremo". Tan terribles eran las señales de la presencia de Jehová que las huestes de Israel temblaron de miedo, y cayeron sobre sus rostros ante el Señor. Aun Moisés exclamó: "Estoy asombrado y temblando". Hebreos 12:21.
Entonces los truenos cesaron; ya no se oyó la trompeta; y la tierra quedó quieta. Hubo un plazo de solemne silencio y entonces se oyó la voz de Dios. Rodeado de un séquito de ángeles, el Señor, envuelto en espesa obscuridad, habló desde el monte y dio a conocer su ley. Moisés, al describir la escena, dice: "Jehová vino de Sinaí, y de Seir les esclareció; resplandeció del monte de Parán, y vino con diez mil santos: a su diestra la ley de fuego para ellos. Aun amó los pueblos; todos sus santos en tu mano: ellos también se llegaron a tus pies: recibieron de tus dichos". Deuteronomio 33:2, 3.
Jehová se reveló, no solo en su tremenda majestad como juez y legislador, sino también como compasivo guardián de su pueblo: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos". Aquel a quien ya conocían como su guía y libertador, quien los había sacado de Egipto, abriéndoles un camino en la mar, derrotando a Faraón y a sus huestes, quien había demostrado que estaba por sobre los dioses de Egipto, era el que ahora proclamaba su ley (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 311, 312).
Notas de Elena de White
Lección 8
El pacto en el Sinaí
Sábado de tarde, 16 de agosto
El favor de Dios para con los hijos de Israel había dependido siempre de que obedeciesen. Al pie del Sinaí habían hecho con él un pacto como su "especial tesoro sobre todos los pueblos". Solemnemente habían prometido seguir por la senda de la obediencia. Habían dicho: "Todo lo que Jehová ha dicho haremos" Éxodo 19:5, 8. Y cuando, algunos días más tarde, la ley de Dios fue pronunciada desde el monte y por medio de Moisés se dieron instrucciones adicionales en forma de estatutos y juicios, los israelitas volvieron a prometer a una voz: "Todo lo que Jehová ha dicho haremos". Cuando se ratificó el pacto, el pueblo volvió a declarar unánimemente: "Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos". Éxodo 24:3, 7. Dios había escogido a Israel como su pueblo, y este le había escogido a él como su Rey (Profetas y reyes, p. 219).
Dios los llevó al Sinaí; manifestó allí su gloria; les dio la ley, con la promesa de grandes bendiciones siempre que obedecieran: "Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto... vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa". Éxodo 19:5, 6. Los israelitas no percibían la pecaminosidad de su propio corazón, y no comprendían que sin Cristo les era imposible guardar la ley de Dios; y con excesiva premura concertaron su pacto con Dios. Creyéndose capaces de ser justos por sí mismos, declararon: "Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos". Éxodo 24:7. Habían presenciado la grandiosa majestad de la proclamación de la ley, y habían temblado de terror ante el monte; y sin embargo, apenas unas pocas semanas después, quebrantaron su pacto con Dios al postrarse a adorar una imagen fundida. No podían esperar el favor de Dios por medio de un pacto que ya habían roto; y entonces viendo su pecaminosidad y su necesidad de perdón, llegaron a sentir la necesidad del Salvador revelado en el pacto de Abraham y simbolizado en los sacrificios. De manera que mediante la fe y el amor se vincularon con Dios como su libertador de la esclavitud del pecado. Ya estaban capacitados para apreciar las bendiciones del nuevo pacto...
La misma ley que fue grabada en tablas de piedra es escrita por el Espíritu Santo sobre las tablas del corazón. En vez de tratar de establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su sangre expía nuestros pecados. Su obediencia es aceptada en nuestro favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu Santo producirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos obedeciendo a la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo. Por medio del profeta, Cristo declaró respecto a sí mismo: "El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas". Salmo 40:8. Y cuando vivió entre los hombres, dijo: "No me ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que a él agrada, hago siempre". Juan 8:29 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 388, 389).
Notas de Elena de White
Viernes, 15 de agosto: Para estudiar y meditar
Conflicto y valor, 30 de marzo, "Las manos hacia el cielo", p. 95.
Testimonios para la Iglesia, t. 7, "Un evangelio para los pobres", p. 215
Notas de Elena de White
Jueves, 14 de agosto: El Pan y el Agua de vida
El Redentor del mundo conoce las necesidades de cada alma. Cuando estamos oprimidos y fatigados, él lo sabe, y es él quien nos provee del refrigerio espiritual. Pedidle; velad en oración, y vendrá. Jesús es el pan de vida, que se ha de comer todos los días; es el agua de vida para el alma sedienta y desfalleciente, y todos pueden participar de su gracia.
Las cisternas de la tierra a menudo están vacías, sus estanques se secan; pero en Cristo hay un manantial vivo del que podemos beber continuamente. Por mucho que saquemos y demos a los demás, seguirá habiendo abundancia. No hay peligro de agotar el suministro, porque Cristo es el manantial inagotable de la verdad. Él ha sido la fuente de agua viva desde la caída de Adán. Dice: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba». Y «el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (The Signs of the Times, "Jesus at the Well of Sychar: The Water of Lite", 22 de abril, 1897, párr. 20, 21).
Jesús conocía las necesidades del alma. La pompa, las riquezas y los honores no pueden satisfacer el corazón. "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba". Los ricos, los pobres, los encumbrados y los humildes son igualmente bienvenidos. Él promete aliviar el ánimo cargado, consolar a los tristes, dar esperanza a los abatidos. Muchos de los que oyeron a Jesús lloraban esperanzas frustradas; muchos alimentaban un agravio secreto; muchos estaban tratando de satisfacer su inquieto anhelo con las cosas del mundo y la alabanza de los hombres; pero cuando habían ganado todo encontraban que habían trabajado tan solo para llegar a una cisterna rota en la cual no podían aplacar su sed. Allí estaban en medio del resplandor de la gozosa escena, descontentos y tristes. Este clamor repentino: "Si alguno tiene sed", los arrancó de su pesarosa meditación, y mientras escuchaban las palabras que siguieron, su mente se reanimó con una nueva esperanza. El Espíritu Santo presentó delante de ellos el símbolo hasta que vieron en él el inestimable don de la salvación.
El clamor que Cristo dirige al alma sedienta sigue repercutiendo, y llega a nosotros con más fuerza que a aquellos que lo oyeron en el templo en aquel último día de la fiesta. El manantial está abierto para todos. A los cansados y exhaustos se ofrece la refrigerante bebida de la vida eterna. Jesús sigue clamando: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba". "Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la vida de balde". "Mas el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna". Apocalipsis 22:17; Juan 4:14 (El Deseado de todas las gentes, pp. 417, 418).
Notas de Elena de White
Miércoles, 13 de agosto: Jetro
Antes de salir de Egipto Moisés había enviado a su esposa y a sus hijos a casa de su suegro. Y después que Jetro oyó hablar de la maravillosa liberación de los israelitas de Egipto, visitó a Moisés en el desierto, y le llevó su esposa y sus hijos. "Y Moisés salió a recibir a su suegro, y se inclinó, y lo besó; y se preguntaron el uno al otro, cómo estaban, y vinieron a la tienda, y Moisés contó a su suegro todas las cosas que Jehová había hecho a Faraón y a los egipcios por amor de Israel, y todo el trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado Jehová.
"Y se alegró Jetro de todo el bien que Jehová había hecho a Israel, al haberlo librado de mano de los egipcios. Y Jetro dijo: Bendito sea Jehová, que os libró de manos de los egipcios y de la mano de Faraón, y que libró al pueblo de la mano de los egipcios. Ahora conozco que Jehová es más grande que todos los dioses; porque en lo que se ensoberbecieron prevaleció contra ellos. Y tomó Jetro, suegro de Moisés, holocaustos y sacrificios para Dios; y vino [vinieron] Aarón y todos los ancianos de Israel para comer con el suegro de Moisés delante de Dios".
Gracias a su perspicacia Jetro pronto se dio cuenta que las cargas que recaían sobre Moisés eran demasiado grandes, puesto que la gente le traía todos sus problemas, y él los instruía con respecto a los estatutos y a la ley de Dios. Dijo a Moisés: "Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y rnuéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además, escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar.
"Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo. Escogió Moisés varones de virtud de entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta, y sobre diez. Y juzgaban al pueblo en todo tiempo; el asunto difícil lo traían a Moisés, y ellos juzgaban todo asunto pequeño. Y despidió Moisés a su suegro, y este se fue a su tierra"
Moisés no estaba fuera del alcance de las instrucciones de su suegro. Dios lo había exaltado mucho y había obrado maravillas por medio de su mano. Sin embargo no adujo que Dios lo había escogido para instruir a otros, que había realizado maravillas por su intermedio, y que por lo tanto no necesitaba que nadie lo instruyera. Escuchó de buen grado las sugerencias de su suegro, y adoptó su plan puesto que era sabio (La historia de La redención, pp. 138- 139).
Notas de Elena de White
Martes, 12 de agosto: Agua de la roca
Después de salir del desierto de Sin, los israelitas acamparon en Refidín. Allí no había agua, y de nuevo desconfiaron de la providencia de Dios. En su ceguedad y presunción el pueblo fue a Moisés con la exigencia: " Danos agua que bebamos". Pero Moisés no perdió la paciencia. "¿Por qué altercáis conmigo? ¿por qué tentáis a Jehová?" Ellos exclamaron airados: "¿Por qué nos hiciste subir de Egipto, para matarnos de sed a nosotros, y a nuestros hijos, y a nuestros ganados?"
Cuando se los había abastecido abundantemente de alimentos, recordaron con vergüenza su incredulidad y sus murmuraciones, y prometieron que en el futuro confiarían en el Señor; pero pronto olvidaron su promesa, y fracasaron en la primera prueba de su fe. La columna de nube que los dirigía, parecía esconder un terrible misterio. Y Moisés, ¿quién era él? preguntaban, ¿y cuál sería su objeto al sacarlos de Egipto? La sospecha y la desconfianza llenaron sus corazones, y osadamente le acusaron de proyectar matarlos a ellos y a sus hijos mediante privaciones y penurias, con el objeto de enriquecerse con los bienes de ellos. En la confusión de la ira y la indignación que los dominó, estuvieron a punto de apedrear a Moisés.
Angustiado, Moisés clamó al Señor: "¿Qué haré con este pueblo?" Se le dijo que, llevando la vara con que había hecho milagros en Egipto, y acompañado de los ancianos, se presentara ante el pueblo. Y el Señor le dijo: "He aquí que yo estoy delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y herirás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo". Moisés obedeció y brotaron las aguas en una corriente viva que proporcionó agua en abundancia a todo el campamento. En vez de mandar a Moisés que levantara su vara para traer sobre los promotores de aquella inicua murmuración alguna terrible plaga como las de Egipto, el Señor, en su gran misericordia, usó la vara como instrumento de liberación (Historia de los patriarcas y profetas, p. 304).
"Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre". La condición del pueblo daba fuerza a este llamamiento. Habían estado participando de una continua escena de pompa y festividad, sus ojos estaban deslumbrados por la luz y el color, y sus oídos halagados por la más rica música; pero no había nada en toda esta ceremonia que satisficiese las necesidades del espíritu, nada que aplacase la sed del alma por lo imperecedero. Jesús los invitaba a venir y beber en la fuente de la vida, de aquello que sería en ellos un manantial de agua que brotara para vida eterna.
El sacerdote había cumplido esa mañana la ceremonia que conmemoraba la acción de golpear la roca en el desierto. Esa roca era un símbolo de Aquel que por su muerte haría fluir raudales de salvación a todos los sedientos. Las palabras de Cristo eran el agua de vida. Allí en presencia de la congregada muchedumbre se puso aparte para ser herido, a fin de que el agua de la vida pudiese fluir al mundo. Al herir a Cristo, Satanás pensaba destruir al Príncipe de la vida; pero de la roca herida fluía agua viva (El Deseado de todas las gentes, p. 417).
Notas de Elena de White
Lunes, 11 de agosto: Codornices y maná
De Mara el pueblo se encaminó hacia Elim, "donde había doce fuentes de aguas, y setenta palmas". Vers. 27. Allí permanecieron varios días antes de internarse en el desierto de Sin. Cuando hacía un mes que estaban ausentes de Egipto, establecieron su primer campamento en el desierto. Sus provisiones alimenticias se estaban agotando. Había escasez de hierba en el desierto, y sus rebaños comenzaban a disminuir. ¿Cómo podía suministrarse alimento a esta enorme multitud? Las dudas se apoderaron de sus corazones, y otra vez murmuraron. Hasta los jefes y ancianos del pueblo se unieron para quejarse contra los caudillos señalados por Dios: "Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de las carnes, cuando comíamos pan en hartura; pues nos habéis sacado a este desierto, para matar de hambre a toda esta multitud". Parecía que los hijos de Israel tenían el corazón inclinado a la incredulidad. No estaban dispuestos a soportar dificultades en el desierto. Cuando se encontraban con problemas en el camino, los consideraban imposibilidades. Su confianza en Dios flaqueaba, y solo podían ver la muerte ante sí.
No habían sufrido, en verdad, los tormentos del hambre. Por el momento tenían alimentos, pero temían por el futuro. No veían cómo podía subsistir la hueste de Israel, durante su larga travesía por el desierto, con los sencillos alimentos de que disponía, y en su incredulidad suponían que sus hijos perecerían de hambre. El Señor quería que sus alimentos escasearan y que enfrentaran dificultades, para que sus corazones se volvieran al que los había ayudado hasta ese momento, y para que creyeran en él. Estaba dispuesto a ser para ellos una ayuda constante. Si lo invocaban en su necesidad, él les daría señales de su amor y de su continuo cuidado.
Pero parecía que no estaban dispuestos a confiar en el Señor ni un poco más si no podían ver con sus ojos las constantes evidencias de su poder. Si verdaderamente hubieran tenido fe y una firme confianza en Dios, habrían soportado alegremente los inconvenientes y obstáculos, y aun el verdadero sufrimiento, puesto que el Señor había obrado de una manera tan maravillosa para librarlos de la esclavitud (The Signs of the Times, 8 de abril, 1880, párr. 5, 6; parcialmente en Historia de los patriarcas y profetas, p. 297; y en La historia de la redención, p. 131).
El maná que caía del cielo para el sustento de Israel era un símbolo de Aquel que vino de Dios a dar vida al mundo. Dijo Jesús: "Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y son muertos. Este es el pan que desciende del cielo.... Si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo". Juan 6:48-51. Y entre las bendiciones prometidas al pueblo de Dios para la vida futura, se escribió: "Al que venciere, daré a comer del maná escondido". Apocalipsis 2:17 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 303).
Notas de Elena de White
Domingo, 10 de agosto: Aguas amargas
Desde el mar Rojo, las huestes de Israel reanudaron la marcha guiadas otra vez por la columna de nube. El panorama que los rodeaba era de lo más lúgubre: estériles y desoladas montañas, áridas llanuras, y el mar que se extendía a lo lejos, con sus riberas cubiertas de los cuerpos de sus enemigos. No obstante, estaban llenos de regocijo porque se sabían libres, y todo pensamiento de descontento se había acallado.
Pero durante tres días de marcha no pudieron encontrar agua. La provisión que habían traído estaba agotada. No había nada que apagara la sed abrasadora mientras avanzaban lenta y penosamente a través de las llanuras calcinadas por el sol. Moisés, que conocía esa región, sabía lo que los demás ignoraban, que en Mara, el lugar más cercano donde hallarían fuentes, el agua no era apta para beber. Con gran ansiedad observaba la nube guiadora. Con el corazón desfalleciente oyó el regocijado grito: " ¡Agua, agua!" que resonaba por todas las filas. Los hombres, las mujeres y los niños con alegre prisa se agolparon alrededor de la fuente, cuando, he aquí, un grito de angustia salió de la hueste. El agua era amarga (Historia de los patriarcas y profetas, p. 296).
Pronto la fe de ellos fue probada. El Señor descubriría hasta qué punto podía depender de su pueblo y si este le sería leal y fiel. Peregrinaron por tres días en el desierto y no encontraron una fuente de agua. "Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas". Éxodo 15:23. ¿Demostró entonces el pueblo su fe en Dios, por la evidencia que habían recibido de que Cristo, envuelto en la nube, para que su gloria no los destruyera, los guiaba en persona? "Entonces el pueblo murmuró contra Moisés diciendo: ¿Qué hemos de beber?". Vers. 24. En vez de confiar y temer al Señor, creyendo en él en medio de circunstancias aparentemente desalentadoras, proyectaron su reproche sobre su dirigente. Lo mismo ocurre con esta generación. La estructura de las tentaciones de Satanás es siempre la misma. Mientras todo marcha bien, la gente cree que tiene fe. Sin embargo, cuando sufren o sobrevienen desastres o reveses, se desaniman fácilmente. La fe que solo depende de las circunstancias, que únicamente se manifiesta cuando todo marcha bien, no es una fe genuina.
En medio de este problema, Moisés clamó al Señor. Esto es lo que los hijos de Israel, recientemente liberados, debieron haber hecho. El Señor escuchó el clamor de su siervo, contra quien el pueblo había dicho cosas tan amargas. "Y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron". No era ninguna virtud contenida en el árbol la que transformó el agua amarga en dulce; era el poder de Uno que estaba envuelto en la columna de nube, Uno que puede hacer todas las cosas. "Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador". Vers. 25, 26 (Letters and Manuscripts, t. 11, Carta 49a, 1896, párr. 3, 4; parcialmente en Cristo triunfante, 10 de abril, p. 109).
Notas de Elena de White
Lección 7
El Pan y el Agua de vida
Sábado de tarde, 9 de agosto
Muchos recuerdan a los israelitas de antaño, y se maravillan de su incredulidad y murmuración, creyendo que ellos no habrían sido tan ingratos; pero cuando se prueba su fe, aun en las menores dificultades, no manifiestan más fe o paciencia que los antiguos israelitas.
El Señor les había prometido ser su Dios, hacerlos su pueblo, y guiarlos a una tierra grande y buena; pero siempre estaban dispuestos a desmayar ante cada obstáculo que encontraban en su marcha hacia aquel lugar... Olvidaron su amarga servidumbre en Egipto. Olvidaron las bondades y el poder que Dios había manifestado en su favor al liberarlos de la esclavitud. Olvidaron cómo sus hijos se habían salvado cuando el ángel exterminador dio muerte a todos Los primogénitos de Egipto. Olvidaron la gran demostración del poder divino en el mar Rojo. Olvidaron que mientras ellos habían cruzado con felicidad el sendero abierto especialmente para ellos, los ejércitos enemigos, al intentar perseguirlos, se habían hundido en las aguas del mar. Veían y sentían tan solo las incomodidades y pruebas que estaban soportando, y en lugar de decir: "Dios ha hecho grandes cosas con nosotros, ya que habiendo sido esclavos, nos hace una nación grande", hablaban de las durezas del camino, y se preguntaban cuándo terminaría su tedioso peregrinaje.
La historia de la vida de Israel en el desierto fue escrita para beneficio del Israel de Dios hasta el fin del tiempo. El relato de cómo trató Dios a los peregrinos en todas sus idas y venidas por el desierto, en su exposición al hambre, a la sed y al cansancio, y en las destacadas manifestaciones de su poder para aliviarlos, está lleno de advertencias e instrucciones para su pueblo de todas las edades. Las variadas experiencias de los hebreos eran una escuela destinada a prepararlos para su prometido hogar en Canaán. Dios quiere que su pueblo de estos días repase con corazón humilde y espíritu dócil las pruebas a través de las cuales el Israel antiguo tuvo que pasar, para que le ayuden en su preparación para la Canaán celestial (Conflicto y valor, 29 de marzo, p. 94).
El pecado de los egipcios estuvo en que habían rehusado la luz que Dios les había enviado tan bondadosamente mediante José. Aunque muchos aceptaron esa luz, de muchos más podría decirse que Dios no estaba en todos sus pensamientos. Y el mensaje enviado para testificarles del desagrado de Dios fue: "Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya quien os libre". Cristo murió por cada alma en Egipto, y cada alma debía tener la luz. Los justos no debían ser excluidos de los impíos, sino guardados por el poder de Dios de recibir el moho y la mancha del transgresor (The Youths Instructor, "God's Representatives [Moses]", 15 de abril, 1897, párr. 7).
Notas de Elena de White
Viernes, 8 de agosto: Para estudiar y meditar
Testimonios para la Iglesia, t. 4, capítulo 3, "Avanzad", pp. 25-31.
Cristo triunfante, 9 de abril, "Al final, los enemigos de Dios perecerán", p. 108.
Notas de Elena de White
Jueves, 7 de agosto: El cantico de Moisés y de María
Al despuntar el alba, las multitudes israelitas pudieron ver todo lo que quedaba de su poderoso enemigo: cuerpos vestidos de corazas arrojados a la orilla. Una sola noche les había traído completa liberación del más terrible peligro. Aquella vasta y desamparada muchedumbre de esclavos no acostumbrados a la batalla, de mujeres, niños y ganado, que tenían el mar frente a ellos y los poderosos ejércitos de Egipto a sus espaldas, habían visto una senda abierta al través de las aguas, y sus enemigos derrotados en el momento en que esperaban el triunfo. Jehová solo los había libertado, y a él elevaron con fervor sus corazones agradecidos. Sus emociones encontraron expresión en cantos de alabanza. El Espíritu de Dios se posó sobre Moisés, el cual dirigió al pueblo en un triunfante himno de acción de gracias, el más antiguo y uno de los más sublimes que el hombre conoce:
"Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente, Echando en la mar al caballo y al que en él subía" (Historia de los patriarcas y profetas, p. 292).
El Espíritu de Dios se posó sobre Moisés, el cual dirigió al pueblo en un triunfante himno de acción de gracias, el más antiguo y uno de los más sublimes que el hombre conoce...
Ese canto no pertenece solo al pueblo judío. Indica la futura destrucción de todos los enemigos de la justicia, y señala la victoria final del Israel de Dios. El profeta de Patmos vio la multitud vestida de blanco, "los que habían alcanzado la victoria", que estaban sobre "un mar de vidrio mezclado con fuego", "teniendo las arpas de Dios". "Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero". Apocalipsis 15:2, 3...
Al libertar nuestras almas de la esclavitud del pecado, Dios ha obrado para nosotros una liberación todavía mayor que la de los hebreos ante el mar Rojo. Como la hueste hebrea, nosotros debemos alabar al Señor con nuestro corazón, nuestra alma, y nuestra voz por "sus maravillas para con los hijos de los hombres". Salmo 107:8. Los que meditan en las grandes misericordias de Dios, y no olvidan sus dones menores, se llenan de felicidad y cantan en sus corazones al Señor. Las bendiciones diarias que recibimos de la mano de Dios, y sobre todo, la muerte de Jesús para poner la felicidad y el cielo a nuestro alcance, debieran ser objeto de constante gratitud (Conflicto y valor, 28 de marzo, p. 93).
[Los egipcios] se aventuraron a entrar en el camino que Dios había preparado para su pueblo, y los ángeles de Dios se infiltraron en medio de su ejército y sacaron las ruedas de los carros. Se sintieron muy molestos. Avanzaron lentamente y comenzaron a tener dificultades. Recordaron los castigos que el Dios de los hebreos había derramado sobre ellos en Egipto para obligarlos a dejarlos salir, y ahora imaginaron que Dios podría entregar a todos en manos de los israelitas. Comprendieron que Dios estaba peleando en favor de éstos, se sintieron sumamente atemorizados y ya se disponían a huir de ellos cuando "Jehová dijo a Moisés: extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas vuelvan sobre los egipcios, sobre sus carros, y sobre su caballería.
"Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se volvía en toda su fuerza, y los egipcios al huir se encontraron con el mar; y Jehová derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la caballería, y todo el ejército de Faraón que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno. Y los hijos de Israel fueron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas por muro a su derecha y a su izquierda. Así salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar. Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo".
Cuando los hebreos presenciaron la maravillosa obra de Dios manifestada en la destrucción de los egipcios, se unieron en un himno inspirado de sublime elocuencia y grato loor (La historia de la redención, pp. 128, 129).
Notas de Elena de White
Miércoles, 6 de agosto: Avanzando por fe
"Y extendió Moisés su mano sobre el mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento oriental toda aquella noche". Éxodo 14:21.
"Que marchen" fueron las palabras transmitidas por Moisés y que repitieron los capitanes de las diferentes divisiones. En obediencia las huestes de Israel recorrieron el trayecto que de una manera sorprendente y maravillosa se les había preparado. La luz procedente de la columna de fuego de Dios resplandecía sobre las espumosas olas e iluminaba el camino que se había abierto como poderoso surco a través del mar.
A medida que la nube avanzaba lentamente, los centinelas egipcios descubrieron que los israelitas habían abandonado el campamento y de inmediato el poderoso ejército se alistó para avanzar. Podían oír a los hebreos que marchaban, pero les era imposible verlos, pues la nube que iluminaba a Israel, era para los egipcios una muralla impenetrable de tinieblas. Guiados por el sonido los egipcios entraron por la asombrosa senda que Dios había preparado para su pueblo. Toda aquella noche prosiguieron, pero avanzaron con lentitud, pues sus carruajes se movían pesadamente. Pero seguían avanzando con la esperanza de que la oscuridad se disipara y pudieran aprehender al pueblo fugitivo.
Al fin las sombras de la noche se desvanecieron y al romper el alba el ejército perseguidor ya casi daba alcance a los fugitivos hebreos... Ante sus ojos asombrados la misteriosa nube se transformó en una columna de fuego que ascendía desde la tierra hasta el cielo. Los truenos retumbaron y los relámpagos resplandecieron. "Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo. Se estremeció y tembló la tierra".
Los egipcios fueron presa de la confusión y la consternación. En medio de la ira de los elementos, en los cuales escuchaban la voz airada del Señor, se esforzaron por desandar sus pasos y huir hacia la costa que habían abandonado. Pero Moisés extendió su cayado y la muralla de agua con un silbido y rugido estrepitoso se precipitó devorando al ejército egipcio y sepultándolo en sus oscuras profundidades.
Al romper el alba, se reveló ante los ojos de la multitud de Israel lo que quedaba de aquel poderoso enemigo: solo algunos restos humanos que eran arrastrados por el mar hacia la costa. Lo que comenzó siendo una noche ensombrecida por terribles peligros amaneció con liberación en sus alas ... Jehová solo les había traído rescate y hacia él se volvieron sus corazones con gratitud y con fe. Sus emociones prorrumpieron en cantos de alabanza (Cristo triunfante, 8 de abril, p. 107).
Notas de Elena de White
Martes, 5 de agosto: El cruce del Mar Rojo
El salmista describiendo el cruce del mar por Israel, cantó: "En la mar fue tu camino, y tus sendas en las muchas aguas; y tus pisadas no fueron conocidas. Condujiste a tu pueblo como ovejas, por mano de Moisés y de Aarón". Salmo 77: 19, 20.
Cuando Moisés extendió su vara, las aguas se dividieron, e Israel marchó en medio del mar, sobre tierra seca, mientras las aguas se mantenían como murallas a los lados. La luz de la columna de fuego de Dios brilló sobre las olas espumosas, y alumbró el camino cortado como un inmenso surco a través de las aguas del mar, que se perdía en la obscuridad de la lejana playa.
"Y siguiéndolos los Egipcios, entraron tras ellos hasta el medio de la mar, toda la caballería de Faraón, sus carros, y su gente de a caballo. Y aconteció a la vela de la mañana, que Jehová miró al campo de los Egipcios desde la columna de fuego y nube, y perturbó el campo de los Egipcios". La misteriosa nube se trocó en una columna de fuego ante sus ojos atónitos. Los truenos retumbaron, y los relámpagos centellearon. "Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. Anduvo en derredor el sonido de tus truenos; los relámpagos alumbraron el mundo; estremecióse y tembló la tierra". Salmo 77:17, 18.
La confusión y la consternación se apoderaron de los egipcios. En medio de la ira de los elementos, en la cual oyeron la voz de un Dios airado, trataron de desandar su camino y huir hacia la orilla que habían dejado. Pero Moisés extendió su vara, y las aguas amontonadas, silbando y bramando, hambrientas de su presa, se precipitaron sobre ellos, y tragaron al ejército egipcio en sus negras profundidades (Historia de los patriarcas y profetas, p. 291, 292).
Dios sacó a su pueblo elegido de Egipto con poderosas señales y prodigios. Desoló la tierra con plagas y mató a los primogénitos de los egipcios para liberar a su pueblo. Les abrió un camino a través del Mar Rojo, y en la columna de nube y fuego se interpuso como muro de protección entre su pueblo y el Faraón, que con sus ejércitos, carros y jinetes venía persiguiendo a Israel. A la orden divina, el Mar Rojo se precipitó sobre las huestes egipcias, mientras Israel entonaba cánticos de triunfo y alabanza (The Signs of the Times, 27 de febrero, 1896, párr. 2).
Notas de Elena de White
Lunes, 4 de agosto: La consagración del primogénito
Cuando Israel fue librado de Egipto, la dedicación de los primogénitos fue ordenada de nuevo. Mientras los hijos de Israel servían a los egipcios, el Señor indicó a Moisés que fuera al rey de Egipto y le dijera: "Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir: he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito". Éxodo 4:22, 23.
Moisés dio su mensaje; pero la respuesta del orgulloso monarca fue: "¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel". Éxodo 5:2 Jehová obró en favor de su pueblo mediante señales y prodigios, y envió terribles juicios sobre el faraón. Por fin el ángel destructor recibió la orden de matar a los primogénitos de hombres y animales de entre los egipcios. A fin de que fuesen perdonados, los israelitas recibieron la indicación de rociar sus dinteles con la sangre de un cordero inmolado. Cada casa había de ser señalada, a fin de que cuando pasase el ángel en su misión de muerte, omitiera los hogares de los israelitas.
Después de enviar este castigo sobre Egipto, Jehová dijo a Moisés: "Santifícame todo primogénito... así de los hombres como de los animales: mío es". "Porque... desde el día que yo maté todos los primogénitos en la tierra de Egipto, yo santifiqué a mí todos los primogénitos en Israel, así de hombres como de animales: míos serán: Yo Jehová". Éxodo 13:2; Números 3:13. Una vez establecido el servicio del tabernáculo, el Señor eligió a la tribu de Leví en lugar de los primogénitos de todo Israel, para que sirviese en su santuario. Pero debía seguir considerándose a los primogénitos como propiedad del Señor, y debían ser redimidos por rescate.
Así que la ley de presentar a los primogénitos era muy significativa. Al par que conmemoraba el maravilloso libramiento de los hijos de Israel por el Señor, prefiguraba una liberación mayor que realizaría el unigénito Hijo de Dios. Así como la sangre rociada sobre los dinteles había salvado a los primogénitos de Israel, tiene la sangre de Cristo poder para salvar al mundo (El Deseado de todas las gentes, pp. 34, 35).
La dedicación del primogénito tuvo su origen en los tiempos más remotos. Dios había prometido dar al Primogénito del cielo para salvar al pecador. Este don debía ser reconocido en cada hogar mediante la consagración del hijo primogénito. Debía consagrarse al sacerdocio, como representante de Cristo entre los seres humanos.
En la liberación de Israel de Egipto, se ordenó de nuevo la consagración del primogénito. Mientras los hijos de Israel servían a los egipcios, el Señor indicó a Moisés que fuera al rey de Egipto y le dijera: "Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir: he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito". Éxodo 4:22, 23 (Jesus, Name Above All Names, p. 310).
Notas de Elena de White
Domingo, 3 de agosto: Vayan y adoren al Señor
En uno de los pasajes más hermosos y consoladores de la profecía de Isaías, se hace referencia a la columna de nube y de fuego para indicar cómo custodiará Dios a su pueblo en la gran lucha final con los poderes del mal: "Y criará Jehová sobre toda la morada del monte de Sion, y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y obscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas: porque sobre toda gloria habrá cobertura. Y habrá sombrajo para sombra contra el calor del día, para acogida y escondedero contra el turbión y contra el aguacero". Isaías 4:5, 6.
Viajaron a través del lóbrego y árido desierto. Ya comenzaban a preguntarse adónde los conduciría ese viaje; ya estaban cansándose de aquella laboriosa ruta, y algunos principiaron a sentir el temor de una persecución de parte de los egipcios. Pero la nube continuaba avanzando, y ellos la seguían. Entonces el Señor indicó a Moisés que se desviara en dirección a un desfiladero rocoso para acampar junto al mar. Le reveló que Faraón los perseguiría, pero que Dios sería honrado por su liberación.
En Egipto se esparció la noticia de que los hijos de Israel, en vez de detenerse para adorar en el desierto, iban hacia el mar Rojo. Los consejeros de Faraón manifestaron al rey que sus esclavos habían huido para nunca más volver. El pueblo deploró su locura de haber atribuido la muerte de los primogénitos al poder de Dios. Los grandes hombres, reponiéndose de sus temores, explicaron las plagas por causas naturales. "¿Cómo hemos hecho esto de haber dejado ir a Israel, para que no nos sirva?" (véase Éxodo 14) era su amargo clamor (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 288, 289).
Cuando la luz de Dios, potente y convincente, le dio a conocer al gran Yo Soy, Faraón estuvo inclinado a ceder. Pero apenas se quitó la presión, volvió a manifestar incredulidad y contraatacó aquella poderosa luz que Dios le había dado. Cuando rechazó la evidencia del primer milagro, sembró una semilla de infidelidad que, dejada a su curso natural, habría de producir la cosecha consecuente. Después de esto al rey no lo convencería la operación de ningún poder divino. El monarca endureció su corazón y prosiguió, paso tras paso, en su camino de incredulidad, hasta que por todo el vasto reino de Egipto perecieron los primogénitos, el orgullo de cada hogar. Después de esto, salió presuroso con su ejército en persecución de Israel. Procuró traer de vuelta a un pueblo liberado por el brazo de la Omnipotencia. Pero estaba luchando contra un Poder mayor que cualquier poder humano, y pereció con sus huestes en las aguas del mar Rojo (Cristo triunfante, p. 105).
Notas de Elena de White
Lección 6
A través del Mar Rojo
Sábado de tarde, 2 de agosto
Los hebreos estaban acampados junto al mar, cuyas aguas presentaban una barrera aparentemente infranqueable ante ellos, mientras que por el sur una montaña escabrosa obstruía su avance. De pronto, divisaron a lo lejos las relucientes armaduras y el movimiento de los carros, que anunciaban la vanguardia de un gran ejército. A medida que las fuerzas se acercaban, se veía a las huestes de Egipto en plena persecución. El terror se apoderó del corazón de los israelitas. Algunos clamaron al Señor, pero la mayor parte de ellos se apresuraron a presentar sus quejas a Moisés: "¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué lo has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los Egipcios? Que mejor nos fuera servir a los Egipcios, que morir nosotros en el desierto".
Moisés se turbó grandemente al ver que su pueblo manifestaba tan poca fe en Dios, a pesar de que repetidamente habían presenciado la manifestación de su poder en favor de ellos. ¿Cómo podía el pueblo culparle de los peligros y las dificultades de su situación, cuando él había seguido el mandamiento expreso de Dios? Era verdad que no había posibilidad de liberación a no ser que Dios mismo interviniera en su favor; pero habiendo llegado a esta situación por seguir la dirección divina, Moisés no temía las consecuencias. Su serena y confortadora respuesta al pueblo fue: "No temáis; estáos quedos, y ved la salud de Jehová que él hará hoy con vosotros; porque los Egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis quedos".
No era cosa fácil mantener a las huestes de Israel en actitud de espera ante el Señor. Faltándoles disciplina y dominio propio, se tornaron violentos e irrazonables. Esperaban caer pronto en manos de sus opresores, y sus gemidos y lamentaciones eran intensos y profundos. Habían seguido a la maravillosa columna de nube como a la señal de Dios que les ordenaba avanzar; pero ahora se preguntaban unos a otros si esa columna no presagiaría alguna calamidad; porque ¿no los había dirigido al lado equivocado de la montaña, hacia un desfiladero insalvable? Así, de acuerdo con su errada manera de pensar, el ángel del Señor parecía como el precursor de un desastre.
Pero entonces he aquí que al acercarse las huestes egipcias creyéndolos presa fácil, la columna de nube se levantó majestuosa hacia el cielo, pasó sobre los israelitas, y descendió entre ellos y los ejércitos egipcios. Se interpuso como muralla de tinieblas entre los perseguidos y los perseguidores. Los egipcios ya no pudieron localizar el campamento de los hebreos, y se vieron obligados a detenerse. Pero a medida que la obscuridad de la noche se espesaba, la muralla de nube se convirtió en una gran luz para los hebreos, inundando todo el campamento con un resplandor semejante a la luz del día (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 289-291).
Notas de Elena de White
Viernes, 1º de agosto: Para estudiar y meditar
Historia de los patriarcas y profetas, "La Pascua", capítulo 24, pp. 279-285.
El Deseado de todas las gentes, "La visita de pascua", capítulo 8, pp. 56-58.
Notas de Elena de White
Jueves, 31 de julio: El juicio divino
El Señor dio a los hebreos instrucciones especiales para que cada familia sacrificara un cordero y asperjara su sangre sobre los postes de la puerta, de modo que cuando el ángel destructor pasara por allí en su misión de muerte, la sangre sobre los postes de la puerta constituyera una señal que identificara a los moradores de la casa como adoradores del verdadero Dios. El ángel de la muerte pasaba por alto las casas designadas de esa manera. Los hebreos recibieron la orden de estar preparados para comenzar su viaje aquella noche memorable. El Señor les instruyó en cuanto a comer el cordero pascual. «Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová».
El Señor no envió ninguna plaga sobre Egipto antes de darles una advertencia oportuna. Moisés y Aarón, bajo la dirección de Dios, se presentaron ante el rey con su mensaje: "Jehová ha dicho así: A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo, ni jamás habrá. Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas". El Faraón no quiso ceder su obstinada voluntad a los imperativos de Dios. Endureció su corazón contra los hebreos y les negó la libertad.
Cerca de medianoche, en cada casa egipcia sus moradores fueron despertados de su sueño por el clamor y el dolor. Temieron que todos habrían de morir. Recordaron el clamor y el lamento proveniente de las casas de los hebreos, resultado del decreto inhumano de un cruel rey que había mandado matar a todos los niños varones tan pronto como nacieran. Los egipcios no podían ver al ángel vengador que entraba en cada casa con su carga de muerte, pero sabían que era el Dios de los hebreos quien provocaba el mismo sufrimiento que ellos había producido entre los israelitas (Youth's instructor, 1° de mayo, 1873, párr. 4-6; parcialmente en La verdad acerca de los ángeles, p. 99).
Las grandes huestes de Israel salieron resueltamente, con alegre triunfo, de Egipto, el lugar de su larga y cruel servidumbre. Los egipcios no consintieron liberarlos hasta que fueron advertidos rotundamente por los juicios de Dios. El ángel vengador había visitado cada casa de los egipcios, y había herido de muerte al primogénito de cada familia. Ninguno había escapado, desde el heredero de Faraón hasta el primogénito del cautivo en la mazmorra. También habían muerto los primogénitos del ganado de acuerdo al mandato del Señor. Pero el ángel de la muerte pasó por alto los hogares de los hijos de Israel y no entró en ellos.
Faraón, horrorizado por las plagas que habían caído sobre su pueblo, llamó a Moisés y a Aarón por la noche y les ordenó que partieran de Egipto. Ansiaba que se fueran sin demora, porque él y su pueblo temían que a menos que la maldición de Dios se apartara de ellos, la tierra quedaría transformada en un vasto cementerio (Testimonios para la Iglesia, t. 4, p. 25).
Notas de Elena de White
Miércoles, 30 de julio: Pasar la antorcha
El Señor dio a Moisés instrucciones especiales para los hijos de Israel con respecto a lo que debían hacer para preservarse a sí mismos y a sus familias de la temible plaga que estaba a punto de enviar sobre los egipcios. Moisés también debía dar instrucciones a su pueblo con respecto a su salida de Egipto. En aquella noche, tan terrible para los egipcios y tan gloriosa para el pueblo de Dios, se instituyó el solemne rito de la Pascua. Por mandato divino, cada familia, sola o junta con otras, debía degollar un cordero o un macho cabrío «sin defecto», y con un manojo de hisopo «untar el dintel y los dos postes» de sus casas con la sangre, como señal de que el ángel destructor, que llegaría a medianoche, no entrara en esa vivienda. Debían comer la carne asada, con hierbas amargas, por la noche, como dijo Moisés, "ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová". Este nombre fue dado en memoria del paso del ángel por sus moradas; y tal fiesta debía ser observada como un memorial por el pueblo de Israel en todas las generaciones futuras (From the Heart, 29 de julio, p. 222).
Todos los actos de la vida de Jesús fueron importantes. Cada acontecimiento de su vida era para el beneficio de sus seguidores del futuro. Esta circunstancia de la demora de Cristo en Jerusalén enseña una lección importante a los que habían de creer en él. Muchos habían recorrido grandes distancias para celebrar la Pascua, instituida para que los hebreos recordaran su maravillosa liberación de Egipto. Esta ordenanza tenía por objeto apartar sus mentes de sus intereses mundanos, y de sus preocupaciones y ansiedades en relación con los asuntos temporales, y repasar las obras de Dios. Debían recordar sus milagros, sus misericordias y su amorosa bondad para con ellos, a fin de que su amor y reverencia por él aumentaran y los llevaran a acudir siempre a él y a confiar en él en todas sus pruebas, y a no volverse hacia otros dioses.
La observancia de la Pascua poseía un interés solemne para el Hijo de Dios. Veía en el cordero degollado un símbolo de su propia muerte. Al pueblo que celebraba esta ordenanza se le instruía para que asociara el sacrificio del cordero con la muerte futura del Hijo de Dios. La sangre, que marcaba los postes de las puertas de sus casas, era el símbolo de la sangre de Cristo, que había de ser eficaz para el pecador creyente, limpiándolo del pecado y protegiéndolo de la ira de Dios que había de caer sobre el mundo impenitente e incrédulo, tal como la ira de Dios cayó sobre los egipcios. Pero nadie podía beneficiarse de esta provisión especial que Dios había hecho para la salvación del hombre, a menos que realizara la obra que el Señor le había encomendado. Ellos mismos tenían una parte que desempeñar: por sus actos debían manifestar su fe en la provisión hecha para su salvación (The Review and Herald, 31 de diciembre, 1872, párr. 11, 12).
Notas de Elena de White
Martes, 29 de julio: Pésaj
Para conmemorar esta gran liberación, el pueblo de Israel había de celebrar una fiesta anual a través de las generaciones futuras...
El hisopo usado para rociar la sangre era un símbolo de la purificación. Era empleado para la limpieza del leproso y de quienes estaban inmundos por su contacto con los muertos. Se ve su significado también en la oración del salmista: "Purifícame con hisopo, y seré limpio: lávame, y seré emblanquecido más que la nieve". Salmo 51:7.
El cordero había de prepararse entero, sin quebrar ninguno de sus huesos. De igual manera, ni un solo hueso había de quebrarse del Cordero de Dios, que iba a morir por nosotros. Éxodo 12:46; Juan 19:36. En esa forma también se representaba la plenitud del sacrificio de Cristo.
La carne debía comerse. Para alcanzar el perdón de nuestro pecado, no basta que creamos en Cristo; por medio de su Palabra debemos recibir por fe constantemente su fuerza y su alimento espiritual. Cristo dijo: "Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna". Y para explicar lo que quería decir, agregó: "Las palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son vida". Juan 6:53, 54, 63.
Jesús aceptó la ley de su Padre, cuyos principios puso en práctica en su vida, manifestó su espíritu, y demostró su poder benéfico en el corazón del hombre. Dice Juan: "Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad". Juan 1:14...
El cordero había de comerse con hierbas amargas, como un recordatorio de la amarga servidumbre sufrida en Egipto. Asimismo, cuando nos alimentamos de Cristo, debemos hacerlo con corazón contrito por causa de nuestros pecados.
El uso del pan sin levadura también era significativo. Lo ordenaba expresamente la ley de la pascua, y tan estrictamente la observaban los judíos en su práctica, que no debía haber ninguna levadura en sus casas mientras durara esa fiesta. Asimismo deben apartar de sí la levadura del pecado todos los que reciben la vida y el alimento de Cristo. Pablo escribe a la iglesia de Corinto: "Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa... porque nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros. Así que hagamos fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad". 1 Corintios 5:7, 8 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 280-283).
Notas de Elena de White
Lunes, 28 de julio: La Pascua
He aquí una obra requerida de los hijos de Israel, que debían realizar de su parte, a fin de probarlos y demostrar su fe mediante sus obras en la gran liberación que Dios había estado efectuando para ellos. Para escapar del gran juicio de Dios que iba a traer sobre los egipcios, la señal de la sangre debía verse sobre sus casas. Se les ordenó que se separaran de los egipcios, junto con sus hijos, y que se reunieran en sus propias casas, porque si alguno de los israelitas fuese encontrado en las casas de los egipcios, caería bajo la mano del ángel destructor. También se les ordenó que celebraran la fiesta de la Pascua como una ordenanza, para que cuando sus hijos preguntaran qué significaba tal servicio, les relataran su maravillosa preservación en Egipto, cuando el ángel destructor salió por la noche para matar a los primogénitos de los hombres y a los primogénitos de los animales, pasó por encima de sus casas y no murió ni uno solo de los hebreos que tuviera la señal de la sangre en los postes de sus puertas. Y el pueblo inclinó la cabeza y adoró, agradecido por este memorial especial dado para preservar en sus hijos el recuerdo del cuidado de Dios por su pueblo. Por las manifestaciones de las señales y maravillas mostradas en Egipto, hubo un buen número de egipcios que fueron inducidos a reconocer que el Dios de los hebreos era el único Dios verdadero. Suplicaron que se les permitiera ir con sus familias a las casas de los israelitas, esa terrible noche cuando el ángel de Dios iba a matar a los primogénitos de los egipcios. Estaban convencidos que sus dioses, a los que habían rendido culto, no tenían conocimiento ni poder para salvar o destruir. Y prometieron que de allí en adelante el Dios de Israel sería su Dios. Decidieron salir de Egipto e ir con los hijos de Israel para adorar a su Dios. Los israelitas dieron la bienvenida a los egipcios creyentes en sus hogares (Spiritual Gifts, t. 3, p. 223, 224; parcialmente en Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, p. 1115).
Cuando los hijos de Israel eran esclavos en Egipto, el Señor les envió un libertador. Le pidió que fuera ante el faraón, rey de Egipto, y dijera:
"Entonces dirás al faraón: 'Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva; pero si te niegas a dejarlo ir, yo mataré a tu hijo, a tu primogénito"'. Éxodo 4:22, 23.
Moisés le llevó este mensaje al rey. Pero la respuesta del Faraón fue: "¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel". Éxodo 5:2.
Entonces el Señor envió plagas terribles sobre los egipcios. La última de ellas consistía en la muerte del primogénito de cada familia, desde la del rey hasta la del más humilde habitante del país.
El Señor le dijo a Moisés que cada familia israelita debía matar un cordero y poner un poco de la sangre sobre los postes y el dintel de las puertas de sus moradas.
Esta era una señal para que el ángel de la muerte pasara por alto las casas de los israelitas, y destruyera solamente a los orgullosos y crueles egipcios.
Esta sangre de la " Pascua" representaba para los judíos la sangre de Cristo. A su debido tiempo, Dios mandaría a su querido Hijo para ser sacrificado como cordero, con el fin de que todos los que creyeran en él pudieran ser salvos de la muerte eterna. Cristo se denomina nuestra Pascua. 1 Corintios 5:7. Por su sangre, por medio de la fe, somos redimidos. Efesios 1: 7 (La única esperanza, p. 16).
Notas de Elena de White
Domingo, 27 de julio: Una plaga más
A pesar de que a Moisés se le había prohibido volver a la presencia de Faraón, pues lo habían amenazado de muerte si volvía ante él; sin embargo, Moisés tenía un nuevo mensaje de Dios para el rey rebelde. De modo que caminó decididamente hasta llegar a su presencia, y sin temor se paró delante de él para declararle el mensaje del Señor.
"Dijo, pues, Moisés: Jehová ha dicho así: A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo, ni jamás habrá. Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas. Y descenderán a mí todos estos tus siervos, e inclinados delante de mí dirán: Vete, tú y todo el pueblo que está debajo de ti; y después de esto yo saldré. Y salió muy enojado de la presencia de Faraón".
Cuando Moisés habló al rey de la plaga que vendría sobre ellos, más terrible que cualquiera de las que ya habían castigado a Egipto, que haría que todos los grandes consejeros del monarca se prosternaran delante de él y le rogaran que dejara salir a los israelitas, este quedó muy airado. Estaba furioso porque no pudo intimidar a Moisés ni hacerlo temblar delante de su autoridad real. Pero Moisés se apoyó en procura de sostén en un brazo más poderoso que el de cualquier monarca terrenal (Spiritual Gifts, t. 3, pp. 221, 222; parcialmente en Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, p. 1115).
Antes de ejecutar esta sentencia, el Señor por medio de Moisés instruyó a los hijos de Israel acerca de su salida de Egipto, sobre todo para preservarlos de la plaga inminente. Cada familia, sola o reunida con otra, había de matar un cordero o un cabrito, "sin defecto", y con un hisopo había de tomar de la sangre y ponerla "en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer", para que el ángel destructor que pasaría a medianoche, no entrase a aquella morada. Habían de comer la carne asada, con hierbas amargas y pan sin levadura, de noche, y como Moisés dijo: "Ceñidos vuestros lomos, vuestros zapatos en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente: es la Pascua de Jehová" (Historia de los patriarcas y profetas, p. 280).
Notas de Elena de White
Lección 5
La Pascua
Sábado de tarde, 26 de julio
La observancia de la Pascua empezó con el nacimiento de la nación hebrea. La última noche de servidumbre en Egipto, cuando aún no se veían indicios de liberación, Dios le ordenó que se preparase para una liberación inmediata: Él había advertido al faraón del juicio final de los egipcios, e indicó a los hebreos que reuniesen a sus familias en sus moradas. Habiendo asperjado los dinteles de sus puertas con la sangre del cordero inmolado, habían de comer el cordero asado, con pan sin levadura y hierbas amargas. "Así habéis de comerlo –dijo–, ceñidos vuestros lomos, vuestros zapatos en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente: es la Pascua de Jehová". Éxodo 12: 11. A la medianoche, todos los primogénitos de los egipcios perecieron. Entonces el rey envió a Israel el mensaje: "Salid de en medio de mi pueblo... e id, servid a Jehová, como habéis dicho". Éxodo 12:31. Los hebreos salieron de Egipto como una nación independiente. El Señor había ordenado que la Pascua fuese observada anualmente. "Y –dijo él–, cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué rito es este vuestro? vosotros responderéis: Es la víctima de la Pascua de Jehová, el cual pasó las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los Egipcios". Y así, de generación en generación, había de repetirse la historia de esa liberación maravillosa (El Deseado de todas las gentes, p. 57).
Entonces el Señor dio a Moisés instrucciones especiales, Para que las diera a los hijos de Israel, con respecto a lo que debían hacer para preservarse a sí mismos y a sus familias de la temible plaga que estaba a punto de enviar sobre Egipto. Moisés también debía darles instrucciones con respecto a su salida de Egipto. Les relató la orden de Dios de inmolar un cordero sin defecto, y de tomar la sangre del cordero y pegarla en los postes de las puertas, y también en el dintel superior de las puertas de sus casas. Mientras esta señal estuviera fuera como signo, y comieran el cordero, asado entero, con hierbas amargas, adentro, el ángel de Dios pasaría por la tierra de Egipto haciendo su terrible obra, matando a los primogénitos de los hombres y a los primogénitos de los animales. "Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová. Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto. Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis" (Spiritual Gifts, t. 3, p. 222).
